Thursday, January 14, 2010





Teresa Izquierdo Gonzales

La reina de la cocina criolla

Única, irrepetible. Teresa Izquierdo es la más célebre guisandera de Lima. Con cariño ha sabido conservar antiguas técnicas y recetas de la cocina casera peruana. Su arte culinario es como ella misma: sin pretensiones ni falsos sabores; es decir, genuinamente criolla.

Una fría mañana, Luz Divina Gonzáles amaneció con malestar en el cuerpo. Imposible ir a trabajar. Así que le pidió a su hija que la reemplace. El encargo era este: había que preparar el almuerzo para una aristocrática familia limeña conformada por ocho personas. Ha pasado mucho tiempo desde aquella vez, pero Teresa Izquierdo Gonzalez, la hija de Luz Divina, se acuerda del menú que preparó para esa ocasión: “Sopa servida”, Asado con lentejas y ensalada; y de postre un Pie de limón. El detalle es que Teresa, en ese entonces, tenía ocho años.

Prácticamente, doña Teresa Izquierdo ha pasado toda la vida cocinando, pero no le gusta que le digan “chef”. Ella prefiere el título de guisandera. Y es que ese nombre refleja su vocación y la de su madre, y le recuerda la modestia con que se hacen las grandes cosas.

"Todo lo que he empezado en la vida ha sido por necesidad”, comenta Teresa. Con los consejos de su madre, comenzó preparando dulces (como el Turrón de Doña Pepa) para vender. También se dio tiempo para cocinar a solicitud de algunas familias y en ocasiones especiales, como la Feria del Señor de los Milagros, peleas de gallos y concursos de caballos de paso. De esta manera, su fama de guisandera aumentó, como se dice en Lima, mediante la “radio bemba”.

Radio bemba

Allá por la década de 1950, en la antigua Ciudad de los Reyes algunos vecinos opinaban que su Garbanzo con estofado de punta de pecho era inobjetable; otros, porfiaban que el Tallarín al pesto con bistec apanado era de lo mejor. Un extranjero se quedó boquiabierto al probar su Cau cau. Otro dijo que no comería más que Frejoles con seco. En relación a los dulces limeños, Teresa ha encantado hasta tres generaciones que adoran su Crema volteada de quinua, el Suspiro limeño, el Arroz con leche y el mítico Ranfañote.

Los elogios fueron transmitidos de persona a persona, de familia en familia, de barrio en barrio, hasta que llegó el momento del despegue. Con mucho esfuerzo abrió su primer restaurante, hace treinta años. Le puso “El rincón que no conoces”, como un guiño pícaro al culto --muy limeño-- a los wariques.

Las paredes de su restaurante dan cuenta de célebres comensales que llegaban al antiguo local y al actual. En ellas encontramos fotografías de presidentes de la República, alcaldes, congresistas, músicos, escritores, deportistas, jueces, cantantes, diplomáticos, todos abrazados, agradecidos y sonrientes junto a Tere.

A pesar de ello, no todo fue siempre de color de rosa. Teresa, su familia --y, por supuesto, el Perú entero-- pasaron por épocas muy duras: veinte años de terrorismo. Felizmente eso ya terminó y todos vimos una luz al final del túnel. Cosa rara: Teresa, en cambio, vio una escalera.

La escalera del éxito

El boom de la gastronomía nacional la encontró al pie del fogón. Como se sabe, el “descubrimiento” de la cocina peruana trajo consigo la revalorización de cocinas regionales y tradicionales, como la suya. En el año 2006, Teresa fue declarada “Maestra del arte culinario” por el Ministerio de Educación. Viajó a varios países, representando a nuestra afamada gastronomía. Asimismo, a la fecha ha publicado dos libros de recetas que se vendieron muy bien. Por si fuera poco, es común verla en programas de televisión.

“Yo siento que he subido por una escalera”, cuenta Teresa. “Es difícil trepar, pero si usted quiere llegar arriba, sí llega”. Ella habla del éxito de su comida, que es indiscutible. “Muchas veces he tenido que volver a empezar de cero y levantarme. Recién ahora estoy disfrutando, a los 75 años”, afirma.


“…y Tere creó los siete días de la semana…”

Ella dice que de toda experiencia siempre se saca una lección. “La época de las vacas flacas me impulsó a ser más eficiente; había que economizar sin sacrificar la calidad de los ingredientes y presentar una carta atractiva, competitiva y que esté al alcance del bolsillo”, afirma. Por eso se le ocurrió preparar un menú diferente para cada día de la semana, vigente hasta hoy.

Lunes: Seco con cabrito, pallares o garbanzos.
Martes: Estofado de punta de pecho, Garbanzos con acelga, Arroz con pato, Asado de tira a la olla. También se sirven tamales y cebiche.
Miércoles: Es día de buffet. Son 24 platos de comida, entre entradas y segundos. Con su pisco sour.
Jueves: Seco de cordero, Frejoles negros batidos, Carapulca de chancho, Tallarines verdes con apanado.
Viernes: Es el día del “Cuarteto criollo” compuesto de Ají de gallina, Cau cau, Carapulca y Frejoles con seco. Además preparamos Seco de cabrito, Frejoles canarios y Pato al aji con cerveza negra.

Sábado: Ají de gallina, Arroz con pato verde. Seco norteño con loche.
Domingo, día de solaz, es dedicado al Arroz con pato con seco. Aunque también puede servirse un piqueo criollo, que consta de sangrecita, frejol, patita y cau cau.

Ah! y no se olvide: todos los días preparamos picarones, mazamorra morada y arroz con leche. Ranfañote sólo para los días festivos.


Tere y las nuevas generaciones

Las nuevas generaciones de cocineros, comandadas por Gastón Acurio, aprecian a doña Tere. Incluso chefs como Rafael Piqueras y Pedro Miguel Schiafino, cultores de una cocina netamente vanguardista, no han dudado en homenajearla. Piqueras, por ejemplo, se inspiró en un plato emblemático de la carta de “El rincón que no conoces” para crear una primorosa Miniatura de tacu tacu con seco. Eso mismo ocurrió con Schiafino, quien reinterpretó dos platos típicos de Teresa y creó una deliciosa herejía criolla: Rocoto relleno con sangrecita. Ambos la invitaron a sus respectivos restaurantes y, después del primer bocado, esperaron con inquietud su veredicto. “Nunca me he sentido tan feliz como aquella vez”, comenta nuestra guisandera.
Hace pocas semanas, en el programa de Gastón (“Aventura culinaria”) el chef Victoriano López le presentó tres pollos al horno rellenos con tres tipos distintos de tacu tacu (frejoles, pallares y lentejas, respectivamente). Teresa quedó impresionada y le preguntó qué cómo se le había ocurrido esa maravilla. Rendido, Victoriano le dijo que ella fue su inspiración. Lo mismo digo yo. Servido y buen provecho.

Ocurrencias

Hace mucho tiempo, un sabio francés dijo que la invención de un nuevo plato hace más por la felicidad de la humanidad que el descubrimiento de una nueva estrella. De ello puede dar fe Teresa Izquierdo, a quien hay que agradecer habernos llevado al mismo cielo con sus ocurrencias.

Es inventora de un proverbial Cordero a la jijuna, cuya base es rocoto y pimiento. Además ha creado una Lasaña de berenjenas y el “Tacu- Tere” (especie de papa rellena pero con pasta de frejol). Para los más traviesos, se recomienda asistir los últimos viernes de cada mes, cuando se lleva a cabo el “Festival del frejol”. Pida una pizza o una empanada. No las olvidará jamás.



DAMARIS

Siempre un paso adelante

Por Gabriel Espinoza Suárez


Cautivó al público y al jurado del Festival de Viña del Mar (2008) con la canción “Tusuy Kusun”, mezcla de música andina, folclor afroperuano y pop electrónico. A su vuelta a Lima, tuvo a todo el Perú a sus pies. Y es que su arte resume lo mejor de nuestra cultura y abre la posibilidad de proyectarnos al mundo con orgullo.



Ojos color café. Mirada inteligente. Bella. Es fácil escucharla. A Damaris le gusta hablar de fusión, de mezcla. No le faltan motivos: el año pasado ganó dos Gaviotas de plata en el Festival de Viña del Mar con el contagiante techno-carnaval (o carna-tronic) llamado “Tusuy Kusun”. Después, esa misma canción, cantada en quechua y castellano, fue el himno de la V Cumbre América Latina, El Caribe y la Unión Europea (ALC-UE) y conquistó a los mandatarios de 60 naciones reunidos en Lima. Como si fuera poco, su disco Mil caminos, caracterizado por conciliar lo ancestral con lo moderno, fue nominado al Grammy Latino.

Le preguntamos qué música escucha. Nos mostró su iPod. Tiene el último CD de Coldplay y casi toda la discografía de Madonna, Alanis Morrisete y Nelly Furtado. Pero cuando le preguntamos por la música que lleva en el corazón, nos responde sin demora: Victoria de Ayacucho (“Saywa”), Calandria del Sur, Walter Humala, Manuelcha Prado, K´jarkas y a los danzantes de tijera.

Y es que para ella la mezcla, la fusión, es un asunto cotidiano. “Soy conciente de mis raíces andinas, pero no me pongo fronteras”, afirma con naturalidad. Esa sensibilidad ha conquistado a gran cantidad de jóvenes que abarrotan sus conciertos. A nivel artístico, en esa misma ruta están Novalima, Bareto, Barrio Calavera, Jaime Cuadra, para no hablar de Micky González y su genial Inkaterra. Pero en este camino, Damaris siempre está un paso adelante.

¿Quién es esa chica?
El fenómeno de su masiva popularidad es de reciente data, a raíz del triunfo en Viña del Mar, pero la carrera de Damaris no empezó ayer. Nació en Huancayo, en 1986. Desde muy temprana edad participó en conjuntos musicales folclóricos. A los siete años tocaba el charango con la cantante Victoria de Ayacucho, a la sazón, su madre. Después alternó en los grupos peruanos Yawar y Tupay y en el Coro Andino Juvenil, con músicos de los países andinos.

Su debut como cantautora fue en el año 2001, cuando ganó el concurso Pepsi Chart con la balada "Por qué no estás aquí". En 2003, grabó su primer disco, Dame una señal, en Estados Unidos y después desplegó una vertiginosa gira de promoción por Washington, Virginia, New Jersey y New York. “Hasta ahí el círculo en el que me movía era el de la música andina y latinoamericana”, cuenta.

A su vuelta al Perú, terminó la secundaria y se propuso consolidar su formación artística. Llevó cursos de piano, armonía y composición en el Instituto Kodaly. Asimismo le agregó un ingrediente especial: estudió en el teatro en la Universidad Católica de Lima (TUC). Todo el esfuerzo desplegado, las horas que le robó al sueño o a la diversión, dieron finalmente fruto. A fines de 2007 grabó su segundo CD y, casi inmediatamente, se dio la oportunidad de participar en el Festival de Viña del Mar. Ya conocemos cómo terminó esa historia: todo el Perú de pie, bailando y cantando al ritmo de “Tusuy Kusun”. En Chile, el público apreció su propuesta innovadora, dominio de escena y su innegable versatilidad. Por otro lado, los periodistas chilenos se refirieron ella como “la linda peruana que le puso color a la Quinta Vergara”.


Evolución

“Mis primeras composiciones eran románticas”. Es decir, guitarra en mano y con el corazón enamorado. “Me gustaban mucho las canciones de Laura Pausini” admite risueña. De ello dan cuenta temas como “Déjame amarte”, “Triste y sola”, y “Primer amor”, que forman parte del disco Dame una señal. En ese CD también incluyó re-elaboraciones de temas tradicionales, como “Imillitay” (cuya versión original es del grupo K´jarkas”). Sin dejar de lado la sensibilidad social de temas como “Pukllay” (cuya letra dice:“Nuestro país renace, como trigo en las cumbres”).

Para el segundo CD, llamado Mil caminos, Damaris deja el estilo acústico y apuesta por la fusión. Música electrónica y folclor. De ahí que algunos temas alcancen una fuerza expresiva de marca mayor, como es el caso del tema homónimo y de “Tusuy Kusun” en los cuales el contrapunto de violín y cajón, con recursos electrónicos (loops y samplers), rompen esquemas.

“Para componer una canción, siempre parto de mi identidad, de mi raíz andina y después me dedico a explorar otros ritmos modernos”, cuenta. Esa experiencia es tan libre y gozosa que la puede llevar a combinar al Picaflor de los Andes con Aerosmith, a “Cotito” con el hip hop neoyorkino.

“Yo veo al Perú como una caja de llena de objetos preciosos. Mi camino es sacar a la luz esa riqueza y reinterpretarla”. Al final, afirma, todo puede armonizarse, porque la música es una sola. La humanidad es una sola.


Amor de madre
La madre de Damaris es una popular cantante folclórica llamada Victoria Porras. Su nombre artístico es “Victoria de Ayacucho”, aunque también es conocida como “Saywa”. El fino timbre de voz es la marca distintiva de sus canciones, en las que se aprecian temas tradicionales y creaciones propias con clara sensibilidad social. En su tierra, “Saywa” es tan querida que la han declarado Patrimonio cultural de Huamanga.
Madre e hija siempre han estado unidas por el cariño y el arte. Por ejemplo, el lanzamiento del primer disco de “Saywa”, llamado La nueva voz de Huamanga (1986) coincidió con el nacimiento de Damaris. Por su parte, en su primer CD, la hija le dedica a su querida madre la canción “Triste y sola”, que expresa la pena de no verla.
En la actualidad, cada una se dedica a su carrera de manera profesional. Pero es común verlas cantando y bailando en sus respectivos conciertos, una como invitada de la otra. Sus estilos son distintos, pero al verlas es innegable que comparten la misma simpatía y carisma.

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Wednesday, October 04, 2006

Una tarde de gallos



Por Gabriel Espinoza Suárez

El director de la banda de músicos también toca la tuba. Hace unos momentos se ha secado el sudor de la frente. Ahora cierra los párpados, acerca los labios a la boquilla de su instrumento y respira profundamente para luego descargar como por un embudo las primeras notas de la marinera “Sacachispas”. Pasan unos instantes y el resto de la banda lo sigue.
Mientras la música invade el Coliseo de Gallos Sandia –escenario del campeonato nacional-- los aficionados observan la cancha, auscultando los ejemplares que van a reñir. El de la izquierda es un ajiseco bien plantado, joven, atlético, nervioso, como un boxeador welter. El de la derecha es un gallo moro altivo, con aspecto majestuoso, pero parece un poco más viejo, aunque tiene pinta de inteligente.

- ¿Cómo van las apuestas?
- Seis a uno, favorito izquierda.

Los corredores de apuestas suben y bajan las gradas del coliseo recogiendo de aquí y allá las jugadas del público. Una morena ofrece picarones y anticuchos. Un grupo de padres de familia se entona con pisco puro. Los niños corretean por los pasillos del coliseo. Oiga usted, aquí hay familias enteras. Gente del campo y de la ciudad. Todos bajo el mismo sol. Todos endomingados, como si acabaran de salir de misa.

Silencio. Va a comenzar la primera pelea.

Suena una campanilla y de inmediato dos hombres --cada uno de ellos con un gallo en los brazos-- toman ubicación en lugares opuestos en la arena. En medio de ellos está el juez, que les habla con energía recordándoles el reglamento. Los hombres asienten con la cabeza y el juez da inicio a la riña. Por fin sueltan a los gallos.

Brillan las cuchillas.

Los contrincantes se miran. El silencio se rompe por el canto estruendoso del ajiseco. El moro responde furioso enseñando las plumas erizadas del pescuezo. De pronto, el primero se lanza sobre el otro con una embestida feroz, con patadas rápidas. Ruido de alas, plumas que vuelan. El público ruge en las tribunas como un animal de cien cabezas. A los pocos segundos, cae uno de ellos. Es el moro, que sangra del ala. Tiene al frente al ajiseco, que lo puede rematar en cualquier momento. Pero el moro no se amilana. Respira con dificultad. De pronto, se eleva y rápidamente clava un navajazo al centro y arriba. El ajiseco se desploma y su cabeza toca la arena. Enterró el pico.

- Se acabó. ¡Basta! ¡Basta!, grita el juez.

En medio de los aplausos, retiran a los contrincantes y comienza de nuevo la música.


Una tradición arraigada

Esta afición está tan arraigada entre nosotros que prácticamente en el Perú no existe un solo fin de semana en que no se lleven a cabo peleas de gallos. Según Augusto González Vigil --miembro de una familia de honda prosapia gallística-- hasta en el más remoto caserío de nuestro país existe un grupo de criadores que con motivo del aniversario del pueblo, por Fiestas Patrias, por la inauguración de una importante obra o para clasificar al campeonato nacional arman un ruedo y ponen a competir a sus pupilos.
Por supuesto, nadie quiere perderse el espectáculo. Y es que en realidad se trata de una fiesta en la que abundan las emociones fuertes. En esas tardes se siente la adrenalina correr como un río caudaloso. Será por eso que salen a relucir todas las pasiones humanas, desde las más sublimes y caballerosas hasta las más irracionales y violentas.
Pero lo más importante es que las fiestas gallísticas se integran a otras tradiciones, tales como la música de cada región, la exhibición de caballos peruanos de paso, la comida típica, los bailes, las décimas y las coplas.
Algo similar ocurre en otros países de Hispanoamérica. A tal punto que, por ejemplo, Gabriel García Márquez hizo que un gallo de pelea sea coprotagonista de El coronel no tiene quien le escriba.
En el Perú la afición gallera también ha calado en el alma de los artistas. Es el caso del vals “Camarón” de Chabuca Granda o el legendario cuento de Abraham Valdelomar llamado El Caballero Carmelo.

La raza peruana

Un rasgo peculiar de la afición peruana es que esencialmente se juega en la modalidad de “tapada”, que consiste en que los rivales de una riña no tienen que ser necesariamente del mismo peso o la misma edad. Si hacemos un símil con el box, sería como si habrían sido abolidas las categorías.
Se les llama “gallos de tapada” porque los animales entran al ruedo tapados con una manta y sólo se descubren ante su rival faltando pocos segundos para la pelea.
Más allá de los colores del plumaje, el gallo típicamente nacional es grande, altivo, y –sobre todo-- tiene una característica inobjetable: ha suprimido el instinto de supervivencia. Y por esa razón -como decía Chabuca Granda— nuestro gallo tiene una vida heroica: ha nacido para morir o matar, sin medias tintas.

Thursday, January 05, 2006



Foto de Michael Twedle (archivo PromPerú)

Sunday, December 25, 2005

La Danza de los Valientes

Es una de las manifestaciones más espectaculares de la cultura peruana. En la Danza de las Tijeras, los ejecutantes --llamados danzaq— rinden culto a los Apus o Wamanis (dioses tutelares andinos) haciendo gala de su destreza física y resistencia al dolor en largas sesiones rituales. Todo ello se lleva a cabo a plena luz del día, con mucho público, al son del arpa y el violín y por supuesto acompañados por el agudo tintineo de las misteriosas tijeras.

Cuenta la leyenda que todo empezó hace mucho tiempo, en un pueblo de la sierra ubicado cerca de una caída de agua. En ese pueblo vivía una joven mujer con su pequeño hijo. Una mañana la mujer lo mandó a buscar leña. Caminando hacia el bosque, este niño encontró a otro niño, que parecía de su misma edad, pero al que no había visto antes. Ambos jugaron un buen rato. E incluso fueron a la cascada de agua. En ese lugar, el niño desconocido empezó a bailar. ¡Danzaba tan bonito! Lo hacía de una manera muy peculiar: hacíendo acrobacias con los pies y manos, llevando el ritmo con unas piedras planas que traía en la mano derecha, de tal forma que al chocar entre sí sonaban como si fueran de metal.
Además, parecía que el agua que caía en cascada había despertado de un largo sueño y que mágicamente se transformaba en música para acompañar el baile del niño. Fue entonces cuando el otro niño se sintió de pronto muy inspirado, y que --impulsado por la música que brotaba del agua-- comenzó a seguir los pasos de su nuevo amigo, con una alegría que le hizo olvidarse de todo. Cayó la tarde y el niño bailarín lo invitó a regresar a la mañana siguiente con señas. Y desapareció.
La noticia invadió el pueblo como un río caudaloso y el fantástico hecho fue conocido por todos. Al día siguiente, el pueblo entero acudió hasta el lugar y se pudo ver a ambos bailando incansablemente, detrás de la cortina de agua de la cascada, con una música bellísima de fondo. Otra cosa que llamó la atención fue el precioso traje que llevaba puesto el niño danzarín, y que fue imitado por el otro niño (y desde ese día por los demás).
Esta leyenda finaliza señalando que este es el verdadero origen de los famosos danzaq, que han llegado a la actualidad cambiando un poco sus atuendos, trocando las piedras planas por tijeras de metal, añadiendo dulces acordes de arpa y el violín, pero que en esencia siguen siendo los mismos danzantes que celebran con alegría el poder fecundante del agua.

Taky Onqoy

Mientras suenan las tijeras, contemos otra historia de danzantes. En esta historia intervienen un cura llamado Cristóbal de Albornoz y un indio llamado Juan Chocne. Los dos vivieron en el Virreinato del Perú en el Siglo XVI; es decir, en los primeros años que siguieron a la caída del Imperio de los Incas. Ambos pueden ser considerados como representantes simbólicos de dos culturas distintas: la occidental española y la andina quechua.
En cuanto al padre Cristóbal, los documentos indican que era un hombre muy católico, que se propuso borrar de la faz de la tierra a los antiguos dioses prehispánicos. Por eso vio con malos ojos la popularidad que alcanzaba entre los indios una secta o movimiento de resistencia llamado Taky Onqoy (cuya traducción literal es “baile de la desesperación”) liderada por el segundo de los nombrados, el indio Juan Chocne.
En términos generales, la secta de Juan anunciaba el final de la dominación española y el retorno de las huacas (divinidades andinas). Chocne mismo era una especie de predicador que iba de pueblo en pueblo, danzando en estado de trance, asegurando que iba a ocurrir un diluvio que acabaría con los españoles. Asimismo, se sabe que prohibió que los indios pongan pie en las iglesias, que escuchen a los evangelizadores, coman alimentos españoles o vistan ropajes españoles, so pena de ser convertidos en animales. Juan y Cristóbal eran, pues, enemigos irreconciliables.
El Taky Onqoy fue derrotado; sus miembros –como Juan Chocne—fueron apresados y finalmente muertos. Lo que no murió, sin embargo, fue el culto a los antiguos dioses andinos, porque efectivamente –más de cuatrocientos años después—siguen siendo adorados y queridos por millones de peruanos.
¿Qué tienen que ver los danzaq con esta historia? Muy sencillo. En muchos pueblos de la sierra sur –donde surgió el Taky Onqoy-- los danzantes de tijeras son considerados como auténticos mediadores entre los dioses tutelares (Wamanis) y los hombres (Runas). Y el modo de comunicarse de los danzaq con las entidades divinas es el baile. En ese sentido todos ellos son, pues, herederos de Juan Chocne. Pero ahora no se enfrentan al catolicismo, sino más bien su rol consiste en pedir a los Apus y Wamanis que haya buenas cosechas y se multipliquen las llamas y alpacas. E incluso han asimilado como dioses a vírgenes y santos. Por todo ello, gozan del respeto de las comunidades ganaderas o agrícolas y siempre son bienvenidos en todas partes.

Un salto hacia el futuro

Vamos a Lima, con un cambio de tono. Como se sabe, una poderosa ola migratoria trajo a la capital de la República a miles de provincianos a partir de los años 50 del siglo pasado. Entre otros, se instalaron muchos danzantes ayacuchanos, huancavelicanos y apurimeños, que mantuvieron sus tradiciones en las fiestas patronales llevadas a cabo en los barrios de la periferia de la capital. No obstante, en Lima se perdió el contenido mágico religioso de esta danza, al desconectarse de los rituales y creencias vinculados a la cultura agrícola. En cambio, adquirió un nuevo sentido al convertirse en espectáculo folclórico.
Precisamente, es como folclor que la Danza de las Tijeras ha alcanzado gran notoriedad en el exterior. De ello pueden dar cuenta afamados danzantes como Qori Sisicha y Ccarcaria o músicos como Máximo Damián Huamaní o Jaime Guardia, quienes representan al Perú en festivales realizados en París, Tokio, Toronto, Berlín, Madrid, México, Bruselas, Milán, Buenos Aires, Santiago, etc.
Asimismo, otro signo de los nuevos tiempos es que se han fundado talleres y escuelas para enseñar el arte de la danza de las tijeras, de los cuales han surgido –por ejemplo-- las primeras promociones de mujeres danzantes, lo que es verdaderamente toda una novedad en esta tradición milenariamente masculina. Finalmente, desde hace quince años se convoca el Campeonato Nacional, llamado Atipanakuy, donde el plato fuerte son las pruebas de resistencia y acrobacias, lo que a veces resulta en un espectáculo de fakirismo. Por eso es común que los danzantes se incrusten objetos –tales como alfileres o cables-- en la nariz o los labios. Otras veces se lanzan hacia camas de vidrios rotos. O se tragan ranas vivas. También se envuelven con pencas de tuna y con ellas se revuelcan por el suelo. Todo ello sin dejar de hace sonar las tijeras con una mano.
Más allá del mar de adrenalina que corre en el público, todo ello adquiere sentido porque un auténtico atipanakuy sirve para que los mejores danzaq demuestren su dominio total del cuerpo. Y su valentía ante la muerte.